lunes, 18 de octubre de 2010

Qué sé yo porqué


Eso es lo bueno, y lo lamentable de escribir: que calma la ansiedad , pero que no siempre dan ganas de calmar la ansiedad escribiendo. Porque si no estás de ánimo para coger un lápiz y estrujarte las palabras que resuman tu estado mental, entonces calmar la ansiedad se convierte en un asunto engorroso.
La Violeta Parra dice que "La Bandera es un calmante". Encuentro sólo razones poéticas para justificar tal frase. Pero para mí en lo personal, esa frase me causa aprensión pura, ansiedad 100%. ¿Cómo un ícono, onda la bandera, puede actuar como un calmante?. Y no hablo de los repatriados, y los expatriados y con posterior asilo y nacionalización en el país de turno. No, esas pelmacerías sentimentales no son a las que quiero referirme. Si me tengo que ir de mi país por X motivo, la verdad es que solo creo que echaré en falta el paisaje, más que la idiosincracia de mi nación.
Una bandera, implica deberes que no siempre dan ganas de cumplir, y derechos que no siempre pueden cumplirse. Cuando yo era muy renacuaja, quería y soñaba con que me iría muy lejos, a bosques y praderas misteriosas a levantar un nuevo pueblo, (por lo general, esos misteriosos bosques consistían en los cerros que están frente a mi casa, al otro lado del río. Eso para mí, era lo más LEJOS que podía llegar sola, sin ayuda de mi padre y su auto, en el que cada cierto tiempo íbamos de paseo al verdadero bosque de algún parque nacional); y acompañada de un contingente de personas que se supondría, estarían de acuerdo conmigo en irnos a fundar un nuevo país sin las reglas del que estábamos dejando atrás. De hecho, tendríamos un idioma oficial, y reglas creadas por nosotros a nuestra entera conveniencia, y por supuesto que con su propia lógica ( en realidad, consistente en la mía propia). Ya tenía creada mi propia forma de inventar las palabras que conformarían el nuevo idioma. Bastante fácil, y pueril a la vez. Pero bueno, yo tenía como 5 años ( lo recuerdo, porque era la época en que ya me dejaban irme sola a clases, y en el camino de ida y de vuelta solía planear ese tipo de eventos para mi futuro), y lo de entonces me parecía lo correcto. Ahora me resulta de lo más insensato. Ahora estoy llena de detalles que en esa época eran menos intrincados.
No sé cómo de niña podía aspirar a tener ese tipo de asuntos. Porque entre otras cosas, también fantaseaba con que yo era de otro planeta, y que aquí "atrapada" como estaba, solo un rescate con lucha intergaláctica incluida por mi supuesta salvación, podría devolverme a mi lugar de origen. Yo quería fervientemente, que me encontraran y me llevaran a mi casa. Y haría de todo para lograrlo, y lo haría en mi nuevo país, ya que en mi casa no me iban a dar permiso de irme (de ahí a que se produjera una lucha intergaláctica entre mis padres, y los representantes de mi planeta de origen para poder llevarme).
Así de importante me sentía yo. Y así de extraña a casi todo lo que me rodeaba. Cero sentimiento de pertenencia, muy a pesar de que sabía sobradamente dónde es que estaba parada y cuáles eran mis opciones, claro que con la lógica de un niño de pre-escolar.
No sé cómo además es que podía tener el cerebro tan encendido, y a la vez tan alejado de todo aquello que se me trataba de inculcar. "Pamplinas!". Los adultos son así con los niños, para evitar que se diviertan demasiado y no cumplan con sus deberes. Nunca entendí por ejemplo, los rituales de los adultos: por qué es que hay que estar calladito en misa, y porque es que eran tan odiosas, tan aburridas. Por qué es que la gente lloraba tanto cuando alguien se moría. Y por qué debía ir yo también a los funerales, y que tuviera que estarme quietecita y sin pasar a pisar la tumba de alguien más. Por qué era pecado hacerlo a todo esto. Por qué a cierta hora uno debía irse a dormir aunque uno no tuviese sueño. Y por qué había que hacerlo especialmente después de bañarse. Por qué había que hacer juramento a la bandera, si era sólo un pedazo de género colgado de un palo. No entendía por qué había que ponerse la mano sobre el corazón (se trataba tan sólo del corazón, un órgano hecho para poder vivir, así lo habían explicado en la clase de biología: ¿Qué tenía que ver con las banderas entonces?) y recitar como lorito unos versos que pacientemente las profesoras te enseñaban todos los años. A mí me llenaba de vergüenza hacerlo, mortalmente. A veces me acuerdo, y me vuelve a invadir el mismo sentimiento de vergüenza y desazón. Intacto se quedó en mi memoria. Y el por qué de tanta vergüenza, perdido en ella también.
El mundo adulto me parecía así, totalmente absurdo. Su supuesta realidad, no era la mía. La sensatez y la cuadradez adulta, lo supuestamente sano y correcto para nuestras cabecitas llenas de pajaritos, era lo más alejado de lo que yo quería para mí en esa época. Olvidaba muy pronto lo que se me enseñaba, porque carecía de importancia. La atención en la niñez, está enfocada en eventos verdaderamente relevantes, como un animalito callejero que necesita urgentemente del pedazo de carne que quedó en el horno, o de cómo es que las abejas almacenan la miel para no caerse mientras vuelan. Esas cosas son mucho más importantes que acordarse de pedir "Por Favor" las cosas , o de saludar cortésmente cuando uno está de visita donde los parientes, o de decir "Muchas Gracias" cada vez que te den o pasen algo, o de no señalar con el dedo a la gente o a las cosas, o de cruzar la calle cuando el semáforo dé el verde.
Cuando se es niño, una bandera es una divertida y extraña invención de los extraños adultos. Violeta Parra era una rara. Menos mal que era del bando de los adultos que todavía me caen bien.

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