martes, 18 de diciembre de 2012

Esperando

 

Espero impaciente por mi fin. Mientras tanto vivo en piloto automático, haciendo como que también quiero, también espero, también me interesan los demás, también me interesa lo interesante de turno. Cuando mi fin llegue, creo que entonces todo recién cobrará sentido. Ya me quiero ir. Lo único que me detiene, es el dolor de que a mi hija le suceda lo mismo que a mí: quedarse sin su madre a los 5 años. Si mi propia madre no hubiese muerto, quizás yo no estaría hoy en día planeando mi muerte. Por ahí me hubiese muerto antes. O por ahí le tendría un apego más completo a la vida. Vida de mierda. Vida llena de odio, vida de enferma, vida con ganas de morir.
Suena simplista. Suena a maña, capricho de adolescente. Más para mí, es todo un pabellón en mi mente. Años pensando en lo mismo. Y en sus momentos, no lo logré. Ahora, me aterra morir y cagarle la cabeza a mi hija. Me aterra causarle el mismo dolor, pues no le deseo la vida de odio que yo poseo. Jamás querría una existencia de rencor para ella. Es un poco desquiciante andar pensando que quieres matar gente, y luego arrepentirte, y luego volver a pensar en lo lindo que podría ser causar dolor a quienes me lo han causado, para volver a arrepentirme de mis sentimientos... Se vive en permanente y agotadora lucha interior. Es desgastante, y no produce nada de bueno a la larga.
Por eso creo que me vendría bien una enfermedad terminal, un accidente, o algo así. Algo que justifique mi muerte, y me lave las manos de culpa, así de cínica. Pero luego me arrepiento porque a la vez, deseo seguir viviendo, y conocer más a mi hija, ayudarla en todo, quererla, cuidarla. Esta dualidad me está corroyendo la razón. 

La realidad se perfila insípida. Soy un ser despreciable, incapaz de normalidad, y pletórica de desprecio a lo superficial. Prefiero lo contundente, lo elaboradamente sencillo y elegante, la evolución, el jazz y los objetos de diseñador y los libros de Borges y Herbert. Y sin embargo soy incapaz de mantener un orden normal en mi habitación, el reflejo de mi vida. Y hago caso omiso. Porque lo más importante en esta vida, es el día de mi muerte. Entonces partiré a la contundencia estoy segura, y me olvidaré de quién soy ahora, y nada más importará nunca más. Sueño con que se acabe todo para mí. Mientras tanto, espero.

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