miércoles, 1 de julio de 2009

Un desahogo



Siempre ha sido una vía de escape para mí escribir. No siempre. Pero bueno, ¿escape de qué?. Escape de esta realidad obvio, y de sus consuetudinarias y estúpidas reglas. No sé porqué, después del dormir, el escribir me desahoga. De tanto tratar de explicarme en vano cómo es que es el mundo creo yo, (a sabiendas de que no hay nada que explicar), me he convertido en una neurótica sin remedio. Una que nunca va a encontrar remedio a sus resentimientos por más que pudiera explicárselos para quitarles poder. La cosa es que, por mientras, el complemento perfecto es escribir. Para hacer uno que otro descargo. Para que no me agarre la desidia. Para desahogar estos gritos mentales que me trepanan los tímpanos neuronales, o algo así. Porque me estreso pensando cómo es que son las cosas, me llega a dar vértigo con las verdades que logro dilucidar, y lo que no logro entender me produce descontrol. Qué horrible es pensar todo el tiempo, esta máquina que no se apaga nunca. Con razón dicen que la muerte es EL DESCANSO. Una vez que uno muere, se revelan los misterios además, y con mayor razón, se puede descansar entonces.
A veces, escuchar jazz, me tranquiliza a un punto en el que puedo entender en un nivel cada vez más interior el cómo es que debieran de ser las cosas. Y entiendo que es imposible que las cosas se den como debieran, y no me da lata. Otras veces, lo logro, evadiéndome de la realidad directamente. Y otras, pero no como ahora, escribiendo. Pero siempre uno encuentra la forma de disipar tanta neblina para poder entenderse mejor. Y entonces al mundo. Y lo que haya que entender. O tratar de entender. Para no terminar de volverse loco. Porque si lo haces, serás muy maltratado, y eso es infinitamente peor que no poder desahogarse.

Antaño, muy antaño, hace unos 15 años quizás ya, mientras más caótico era mi día a día, más escribía. Entonces tenía mamá, y las madres, suelen ser tan de lo peor, peor que ser maltratado por haberte vuelto loco. Es que yo tenía una madre que me trataba como lo haría una enfermera carente de inteligencia emocional en un siquiátrico cualquiera. Pero se murió, y con ella paulatinamente la asfixia y la confusión. Y yo dejé de escribir tanta sandez. Puros sueños escapistas. Puras fórmulas verdugas para mis congéneres. Puras pendejeces. Ahora que yo soy mamá, no termino de entender a la mía. Pero ese es otro cuento, que nada que ver con ahora.

No le veo arreglo a mi asunto. Veo que conforme pasa el tiempo, me mudaré de vías de escape, encontraré quizás que el volver a moldear arcilla me tranquiliza, o que salir a barrer las calles de tanta mugre me hace feliz. Veo que esperanzarse en un futuro mejor, no sólo para desahogar las neurosis, es poco sano, es para ilusos. Sobre todo cuando el futuro se lo hace uno, y no la fe en el mañana. Y sobre todo, cuando la fe, es una concentración de energía mental a la manera de un rayo laser, el cual puedes dirigir a lograr cosas para tu futuro. Pero no para dejar de tratar de escaparte. La fe no se las puede con el inconciente, (menos cuando su poder proviene de la misma fuente).
Pienso que estoy relativizando un hecho que en otro individuo quizás sería de otra forma. Está claro que las configuraciones mentales, son infinitas como infinitos caminos han seguido sus dueños. Pienso además que, lo que me hace falta, es que la adrenalina me sacuda un rato las venas. Ya encontraré un nuevo medio de desahogo personal que no incluya a segundos ni a terceros. Esa es la premisa para aliviarse. Ah, pero eso no significa que dejaré de hacer mis descargos en este blog.

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