¿De qué me trato? Me pregunto mientras me trago mis píldoras para vivir “mejor”. Veamos, una ciudad no soy, siendo que he asistido cientos de veces a presenciar cómo se derrumban casas y almacenes de barrio para dar paso a edificios que reúnen a ideas empleadas a mantener firmes mis convicciones. ¿Un ente que apareció entre los escombros por generación espontánea?, ¡oh no!. Sin duda que no aparecí por obra de la casualidad, ni porque a los Testigos de Jehová les dé con que su Supremo Creador ande haciendo aparecer personas sobre el planeta por obra de su Divina Sabiduría Expansionista, para tener así más seres que se encarguen de llevar a cabo su Noble Labor, cualquiera que esta sea. (Oh no don Jehová, no sé de qué me trato, pero si sé que no nací para ovejita de pastoreo que se trasquila, se pone de nuevo a pastar y luego de una buena engordada se alimenta con ella a un grupo de pastores de estancia que conviven con el silencio magnífico que abre las mentes pero que en ellos pasa en banda).
Y no soy las ruinas de una civilización perdida, a pesar de que he logrado dilucidar que antaño en mi niñez era yo capaz de una claridad mental para entender las cosas que ahora me abruman. Claro que en ese entonces no tenía pájaros en la cabeza graznando insensateces, por lo tanto tenía el oído limpio para oír lo que hay que oír, y el cielo despejado para ver más allá en el horizonte.
No soy un diapasón que vibre en un solo tono, pero tampoco un campanario cuyas campanas un cura hace repicar a todas horas, o un colgante con tubitos de esos que se ponen a la entrada de las casas y que suena ante la menor provocación de brisa en el aire. Ante todo, no todo me hace vibrar las fibras, no todo me llega al alma, y no todos los sucesos de la vida diaria me pueden escandalizar o conmover.
No soy un lobo estepario perdido en el frío de la montaña, aunque me siento muy a gusto con mi soledad, y los misterios que resguardo para mí y que a veces plasmo en este blog, y otros que no. Pero al contrario del lobo estepario, no me dedico a relamerme las heridas y a sentir compasión de mí a pesar de mi compulsión por la autoindulgencia. El lobo estepario del cuento, sufría porque quería sufrir, de puro aburrido que estaba de su vida, esa que nadie notaba, esa que le tenía sin pena ni gloria. El lobo estepario quería estar solo porque no se soportaba a sí mismo, y el estar entre los demás le recordaba inconscientemente su propia podredumbre de alma. Yo al menos sí que sé en qué estoy mal y porqué, y lo acepto y trato de arreglarlo para luego erradicar la culpa y todos esos sentimientos horrorosos y molestos acerca de uno mismo. No me los quedo dando vueltas en la cabeza para luego arrancarme a las montañas y cargarlos conmigo todo el transcurso del periplo. No me quedo con esos sentimientos para luego andar odiando a los demás porque me odio a mí misma. Que los demás me aburran, no quiere decir que yo sea aburrida por ejemplo.
Tampoco soy como ningún personaje de los cuentos de Herman Hesse, ni de Dostoievsky, ni Tolstoi, ni Kafka ni ningún europeo del este. Podría ser Nabokov, podría ser. Podría ser como la mujer que más quiso Bukowsky como me dijo alguien una vez. Podría ser como una de las musas de Pablo de Rokha, eso sería perfecto. Podría ser como uno de los anti héroes de Jaime Collyer. O alguno retorcido de tanta información como los de Borges, ojalá como el del cuento de “Los Inmortales”, o Asterión que jugaba solo en su casa con un Asterión imaginario. Ojalá tan solo fuera el personaje de un libro. Podría hasta ser como un personaje de Anâis Nin, pero no lo creo. Lo que nunca voy a ser, es uno de Jodorowsky, de L.M. Alcott, de las hermanas estas que son 3 y que me leí alguna vez todos sus cuentos, de Isabel Allende, algún autor latino que le da con el realismo mágico, de Angeles Mastretta, Laura Esquivel, y todas esas genias mexicanas cuyas alter ego se dedican a puro sufrir en la más “Cumbres Borrascosas” o viven en un mundo tipo “Pedro Páramo”. Hasta prefiero ser la tontorrona upelienta de “Palomita Blanca” o incluso la otra tonta de “El Valle de las Muñecas” o una de las huasas o hasta una bruja de “La Recta Provincia”.
Tampoco soy una revolucionaria que anda alentando a sus congéneres a rebelarse contra el sistema, porque el sistema primero comienza en uno, y yo no poseo vocación de profesora para andar explicando que primero debemos quitarnos el velo que nos tiene a todos ciegos para luego entonces ver el cúmulo de errores en los que hemos incurrido y que luego hemos llamado “sistema”. Andar diciéndole a los demás lo que deben hacer, es una impertinencia del tamaño del Taj-Mahal, y sin duda también sé que no soy una Mesías social ni nada de esas estupideces como para sentirme con el deber de decirles lo que deben hacer. Porque aunque lo hiciera, los demás quedarían llenos de preguntas que yo no podría responder, pues me tomaría lo que me queda de vida y la próxima tratar de entender a esos demás que apenas se entienden a sí mismos como para decirles lo que les pasa y cómo se arregla. Los demás, están demás en mi lista.
También intuyo que no soy lo que se me ha hecho creer hasta ahora que soy: una hembra terrícola, cuyo papel en la colonia, es servir de obrera para la clase privilegiada de terrícolas al mando del planeta. Así como también intuyo que “terrícola” es una clasificación sintáctica propia de la manera de interpretar el mundo de los que conformamos la “humanidad”. Interpretación llevada a cabo por nuestros sentidos, cuya información en conjunto es dicha interpretación. Por lo tanto pienso que, terrícolas somos porque así se llama el planeta, pero humanos no somos, ni los sentidos son el último bastión de recolección de datos, si no que son distintos grados de conciencia para los mismos fenómenos. Vale decir que, me queda chica la sintáxis con la que se me ha hecho convenientemente tragar la interpretación de lo que es la realidad y el mundo. No sé si me explico. Siento que no soy lo que se me ha hecho creer hasta ahora acerca de lo que es el mundo y todo lo que hay en él.
Sé todo lo que no soy, pero eso no es suficiente para poder entender de qué me trato, para ver si así encuentro el camino correcto que debo seguir para poder conducirme a una muerte literal y figurativamente “segura”. Me doy cuenta además de que el tiempo es otra de esas interpretaciones de la sintáxis en la que estoy inmersa, y que no lo puedo asir ni con la imaginación ni asimilar con el intelecto, ni manipular con reflexiones, y sin embargo se me está agotando, acercando cada vez más a mí mi muerte y con ella la certeza de que no hay vuelta atrás para hacer las cosas de manera más beneficiosa para lo que se viene después. Algo así como no haber aprendido suficiente chino mandarín mientras podías antes de que te desterraran para siempre jamás al Reino de la China Lejana e Inentendible.
Leí por ahí que todas las personas después de todo, somos pasmosamente iguales entre sí. Pero lo siento mucho por mí, porque si eso fuera así todo sería aparentemente más sencillo de racionalizar, y me llenaría con poco, no querría nada elaborado ni sofisticado porque mi mente no lo podría digerir. O peor aún: sería como darle un bocadillo de chef a un perro de la calle, como me he dado cuenta de que le sucede a la mayoría de las personas cuando las ponen frente a algo que debería exaltar sus sentidos y sumergirlos en alguna clase de epifanía, y en vez de ello tragan en un par de segundos y mueven la cola por más, y les puedes dar entonces exquisita mugre y no notarán la diferencia.
Leí también por ahí que todos somos iguales, pero unos más que otros. Eso podría ser: capaz que soy como muchos que pululan en todas partes. Y aún así estoy sin respuesta sobre de qué me trato, como si a estas alturas saberlo pudiera solucionar alguna de mis luchas interiores, y obsesiones varias como la que tengo con la muerte. Puede que sí, pero mientras tanto, sigo tratando de indagar cómo saber de qué me trato.
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